No sé cómo
explicarlo, ni siquiera a mí misma, aceptar que uno vive dentro de una relación
violenta es sí, una idea agresiva. Nada fácil de digerir, sobre todo cuando
pareciera que las cosas no son así, o no siempre. Encontrar el punto medio de
la tolerancia, comprensión, paciencia y demás cualidades propias de una “buena
madre”, “buena esposa”, no se encuentra
en un diccionario o manual y es ahí donde caes en un tobogán. Porque es algo
engañoso, que se cuela entre lo permisible de los celos, manipulación,
chantaje, etc., que se esconde
disfrazado entre los deberes o lo que nos inculcan que son.
Jamás creí verme envuelta en algo así, ni
el más pésimo de mis sueños. No tengo la justificación de la ignorancia,
de usos y costumbres, falta de
preparación, ni mucho menos una autoestima disminuida. Salvo una educación que
aplaude un “buen comportamiento”, diríase sutilmente sumisión. Porque eso sí,
jamás me educaron pensado que en algún momento, me toparía con alguien que
quisiera hacerme daño (y que nadie esta exento), cómo defenderte si tu vida ha
sido de indefensión, si nunca me fue necesario. Dónde jamás se me obligó a nada
y el respeto a los derechos y la conciencia de tus responsabilidades regían
nuestra realidad, hasta que ésta empieza a cambiar, cuando aparece alguien que
tiene una visión totalmente diferente. Sigilosamente, arrastrándose entre
episodios aislados (al principio), que después se van haciendo más comunes, más
frecuentes y más demandantes. La contraparte educada también a perfección, tiene un manual
gordo de manipulación para ejercer el control y no sólo en teoría sino que lo
ha llevado a la práctica durante toda su vida, o al menos para hacerlo
exitosamente, que sabe dónde y con quién aplicarlo. En un inicio, por el respeto y comodidad de
terceras personas que se puedan ver afectadas, cedes, evitas, restringes y así le vas dando en pedacitos todo el
control, y una vez otorgado ya no hay devolución, la lucha por recuperarla es
más fuerte, y la fuerza se va desgastando, perdiéndose en los cajones del
interior al que vas a revisar con menor frecuencia, y quedando traspapelado
entre miles de olvidos.
Una vez que pierdes lo que eres, a dónde
vas no importa, ni quién este a tu lado, nada sabe, nada se siente. El sentido
común te anima, te trata de sacudir, sin
embargo el apanicamiento te hunde en el piso, inmovilizando todos los sentidos,
piensas que haces lo mejor protegiendo a los hijos, si te mantienes callada, si
tratas de evitar pelear, y lo único que enseñas es a no defenderse, les grabas
en lo más recóndito de su memoria una imagen pusilánime y raquítica de ti, que
irónicamente fomenta esa conducta en ellos, ya sea el papel de agresor o
agredido el que vayan a desempeñar. Es tal vez en estos casos no aplique “el poner la otra mejilla”.
Cualquier campaña de paz es inútil cuando la otra persona no lo entiende así, Cuando
sus complejos son más fuertes que el amor o lo que él cree que es. Son idiomas
diferentes y por lo tanto incomprensibles entre sí.
No sólo una mujer, también el hombre, en
esencia es el resultado de todo lo que ha vivido, tratemos de que nuestras
mujeres se eduquen desde un principio con base a su dignidad, y a nuestros
hombres para que sepan tratarlas.
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