Soy un tanto rebelde en automático,
por lo mismo seguir la paranoia colectiva, no es lo mío, definitivamente. Pero
voy a tocar este tema, porque me vi experimentando una situación, donde no me siento
víctima de ninguna manera, sino, que me dio la oportunidad de poder comentar
una historia más. Y que a lo mejor les pudiera servir.
Desde que descubrí esto de las redes
sociales, me pareció un mundo genial, dado que puedo conocer muchas personas, usarse como un trampolín (y gratis) para
proyectarse de manera profesional entre amigos, o amigable entre profesionales.
En fin, una maravilla. Conocer personas, recuperar amistades perdidas,
encontrar al simple toqueteo de una tecla, todo lo que se te pueda ocurrir, es como una varita
mágica. Y bueno, me embelesé con todo
este universo que se abría a mis ojos y se ponía ante mis dedos, y luego yo,
que de confiada si me paso o bueno, porque decirlo así, realmente me gusta ir
por la vida de una manera desenfadada y sin estar a la defensiva nunca.
Bueno, pues al principio, como todos, me
imagino, la idea era encontrar, hasta al
amigo imaginario que habías dejando olvidado en algún ropero. Ya sabes, viene
después la euforia de las fotos de la última reunión, de la ida al cine, del
cafecito, no podía faltar cualquier acontecimiento social-familiar, para competir
con el Hola, o cualquier otra publicación de ese tipo. Al cabo de un tiempo
encontré que era el canal perfecto, para comunicarme con toda la cartera de
clientes que manejaba en mis ventas, y no tardó mucho tiempo en empezar a
seducirme la pantalla para que escribiera, desde mi tímido y escondido deseo de publicar,
aquí lo podía hacer sin revisión (claro, eso tiene su alto costo), sin censura,
sin edición y sobretodo hablar de lo qué y cómo me diera la gana.
Pues con esa premisa, empecé a aceptar
amistades no tan conocidas, total, para mí era un cliente en potencia o un
futuro lector o seguidor, tomando en cuenta que mi perfil había sido
modificado, de una sección de periódico mural personal a una plataforma de
proyección, según mis expectativas. Así
fui aceptando solicitudes como si fueran bendiciones, gané muchos amigos no tan
amigos, esto, lo digo por lo íntimo, lo cercano. Pero bueno, tampoco era que
tuviera algún tipo de problema con eso, no pasaba de algún “hola, te quiero
conocer”, en un singular chat que no se repetía, o de vez en cuando un saludo
galante.
Pero, si, ahí viene el pero, un día, después
de un desagradable anónimo, pudiera decirlo así, porque aunque el mensaje venía
de un perfil correctamente existente con foto y todo, con su consecuente
invitación de amistad (obviamente descartada) era de alguien que en la vida
sabía que existía. Y como suele suceder con este tipo de misivas, en un alto
grado de intención destructiva, con la ponzoña entretejiéndose en un mal
redactado escrito y la ortografía que permite vomitar lo visceral, sobre lo lógico. Al no poder lograr su
objetivo, con más desesperación, si
logró entablar amistad con uno de mis contactos (de los que no son familiares a
mí), en forma exitosa para su fin
inmediato, (el de seguir regando su veneno y que alguien le prestara atención), no así
con otros amigos más sensatos. Pero, eso no es lo escandaloso, ya que en sí, el
ser objeto de visitas de manera anónima, bajo el influjo de “n “número de obsesiones, vaciadas a una pantalla muda y exhibicionista,
pudiera atemorizarte, sino a lo que descubrí después.
Al seguir el juego del anónimo primero, enviándome ahora un mensaje esta “amistad”, desestructuró
más aún la primera historia, pero a la luz salió, aquel ser hasta cierto modo
gris y callado, que durante más de tres años había seguido de cerca a mí y a mi
pareja con una cantidad de likes a cada uno
(era uno de esos contactos que no tienen una foto completa), del que no
desconfié cuando me solicitó como amiga. Pero que si me llamaba la atención un
perfil desprovisto de toda personalidad, sólo contaba con tres fotos, como un
cuerpo mutilado, ya sea la boca, ya sea el pie, pero nunca una completa. Y por
supuesto jamás fotos personales de nada. En fin, al sentirse aludida y con la importancia
que se quería adjudicar en esta oportunidad de fama por 5 minutos, por supuesto incrementó mi curiosidad para
saber de ella. Pues nada, ni mi pareja
ni mis contactos ya que compartíamos 26 comunes, claro, no pude conseguir a
todos, pero me bastó hacer un muestreo para indagar si alguien la conocía
personalmente, o dónde trabajaba, y lo que logré es darme cuenta que ¡no
EXISTÍA!, no hubo una persona entrevistada que diera fe de su existir. Por supuesto, empezamos a hacer conjeturas de
quien entraba en ese perfil, alguien que nos conociera de cerca, que tuviera un
interés, hicimos cuentas de tiempo,
de alguien que quiere estar cerca
sin ser visto y ¿por qué? Tal vez, la sospecha no nos sirva de nada, pero
si, definitivamente saber, que todo este
“anonimato” cómplice de tener una comunicación a ciegas, puede detonar
cualquier cosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario