miércoles, 17 de abril de 2013

De cerca... por Haydée Terán.


Soy un tanto rebelde en automático, por lo mismo seguir la paranoia colectiva, no es lo mío, definitivamente. Pero voy a tocar este tema, porque me vi experimentando una situación, donde no me siento víctima de ninguna manera, sino, que me dio la oportunidad de poder comentar una historia más. Y que a lo mejor les pudiera servir.
     Desde que descubrí esto de las redes sociales, me pareció un mundo genial, dado que puedo conocer  muchas personas,  usarse como un trampolín (y gratis) para proyectarse de manera profesional entre amigos, o amigable entre profesionales. En fin, una maravilla. Conocer personas, recuperar amistades perdidas, encontrar  al simple toqueteo  de una tecla,  todo lo que se te pueda ocurrir, es como una varita mágica. Y bueno,  me embelesé con todo este universo que se abría a mis ojos y se ponía ante mis dedos, y luego yo, que de confiada si me paso o bueno, porque decirlo así, realmente me gusta ir por la vida de una manera desenfadada y sin estar a la defensiva nunca.
     Bueno, pues al principio, como todos, me imagino, la idea era encontrar,  hasta al amigo imaginario que habías dejando olvidado en algún ropero. Ya sabes, viene después la euforia de las fotos de la última reunión, de la ida al cine, del cafecito, no podía faltar cualquier acontecimiento social-familiar, para competir con el Hola, o cualquier otra publicación de ese tipo. Al cabo de un tiempo encontré que era el canal perfecto, para comunicarme con toda la cartera de clientes que manejaba en mis ventas, y no tardó mucho tiempo en empezar a seducirme la pantalla para que escribiera,  desde mi tímido y escondido deseo de publicar, aquí lo podía hacer sin revisión (claro, eso tiene su alto costo), sin censura, sin edición y sobretodo hablar de lo qué y cómo me diera la gana.
     Pues con esa premisa, empecé a aceptar amistades no tan conocidas, total, para mí era un cliente en potencia o un futuro lector o seguidor, tomando en cuenta que mi perfil había sido modificado, de una sección de periódico mural personal a una plataforma de proyección,  según mis expectativas. Así fui aceptando solicitudes como si fueran bendiciones, gané muchos amigos no tan amigos, esto, lo digo por lo íntimo, lo cercano. Pero bueno, tampoco era que tuviera algún tipo de problema con eso, no pasaba de algún “hola, te quiero conocer”, en un singular chat que no se repetía, o de vez en cuando un saludo galante.
      Pero, si, ahí viene el pero, un día, después de un desagradable anónimo, pudiera decirlo así, porque aunque el mensaje venía de un perfil correctamente existente con foto y todo, con su consecuente invitación de amistad (obviamente descartada) era de alguien que en la vida sabía que existía. Y como suele suceder con este tipo de misivas, en un alto grado de intención destructiva, con la ponzoña entretejiéndose en un mal redactado escrito y la ortografía que permite vomitar lo visceral,  sobre lo lógico. Al no poder lograr su objetivo, con más desesperación,  si logró entablar amistad con uno de mis contactos (de los que no son familiares a mí),  en forma exitosa para su fin inmediato, (el de seguir regando su veneno  y que alguien le prestara atención), no así con otros amigos más sensatos. Pero, eso no es lo escandaloso, ya que en sí, el ser objeto de visitas de manera anónima,  bajo el influjo de “n “número de obsesiones,  vaciadas a una pantalla muda y exhibicionista, pudiera atemorizarte, sino a lo que descubrí después.
     Al seguir el juego del anónimo primero,  enviándome ahora un mensaje esta “amistad”, desestructuró más aún la primera historia, pero a la luz salió, aquel ser hasta cierto modo gris y callado, que durante más de tres años había seguido de cerca a mí y a mi pareja con una cantidad de likes  a cada uno  (era uno de esos contactos que no tienen una foto completa), del que no desconfié cuando me solicitó como amiga. Pero que si me llamaba la atención un perfil desprovisto de toda personalidad, sólo contaba con tres fotos, como un cuerpo mutilado, ya sea la boca, ya sea el pie, pero nunca una completa. Y por supuesto jamás fotos personales de nada. En fin, al sentirse aludida y con la importancia que se quería adjudicar en esta oportunidad de fama por 5 minutos,  por supuesto incrementó mi curiosidad para saber de ella. Pues  nada, ni mi pareja ni mis contactos ya que compartíamos 26 comunes, claro, no pude conseguir a todos, pero me bastó hacer un muestreo para indagar si alguien la conocía personalmente, o dónde trabajaba, y lo que logré es darme cuenta que ¡no EXISTÍA!, no hubo una persona entrevistada que diera fe de su existir.  Por supuesto, empezamos a hacer conjeturas de quien entraba en ese perfil, alguien que nos conociera de cerca, que tuviera un interés, hicimos cuentas de tiempo,  de  alguien que quiere estar cerca sin ser visto y  ¿por qué?  Tal vez, la sospecha no nos sirva de nada, pero si, definitivamente saber,  que todo este “anonimato” cómplice de tener una comunicación a ciegas, puede detonar cualquier cosa. 

No hay comentarios: