jueves, 27 de junio de 2013

La influencia de las creencias.

Descendiente pueblerina, fui creciendo con la espalda tatuada de creencias y supercherías. Como éstas me cansaban tanto, las fui borrando una a una, las que con muchos trabajos de repetición,  por años hicieron, sobre todo mis abuelas,  y una bisabuela (aunque conocí dos, a una de ellas, sólo la veía en reuniones familiares y lo indispensable). Pero  una  equilibró magistralmente el hueco de la otra.
     No sé cuántos dichos, aprendí, a razón de escucharlos a diario. Que cuando me tocó hacer tareas sobre ellos, me sobraron bastantes. Cada una de ellas tenía un arsenal suficientemente amplio, para aplicarlo con nosotros a la menor provocación. Que si  por la comida, que si por la sociedad, que si por lo que dice la gente, que si por enfermedad. El caso es que mi memoria alberga muchos, muchos dichos populares y una cantidad ingente de supersticiones. A los primeros, les tengo más respeto, ya que fueron creados en base a la experiencia y sabiduría colectiva. Los segundos los ponía a descansar,  en primer lugar sobre una tela de juicio.
     Y es que no es para menos. Que comer banana durante la menstruación  iba a hacer que tuviera un enfriamiento y el vientre me quedaría inflado (gracias a Dios, no lo creí, y tengo el vientre plano a pesar de que si la comí, las que me dieron la gana, en la fecha que fuera). Que si salía recién después de comer, me daría un mal aire. Dígome yo, ¿el aire es malo? ¿Cómo para causarme un mal?  Sólo por salir apresurada, a esto  nunca le encontré alguna lógica. Y ¿qué tal? El de pasar debajo de una escalera, que no sé cómo funcionaría o qué poder oculto le vendría a un objeto inanimado para decidir sobre mi suerte. Lo mismo va para el poner la bolsa en el suelo. Y sigue un rosario de restricciones: no comer aguacate o huevo después de un disgusto (en este caso, creo que depende del tamaño del  disgusto, así tomes agua bendita, te caerá pésimo), no salir con el pelo húmedo o mojado cuando está lloviendo,  no sentarse en la esquina de la mesa,  que no te barran los pies (esto es desagradable, eso sí), no revolver el guisado de la olla con un cuchillo, porque atrae peleas en casa. Y tantos de los que no me acuerdo en este momento, algunos más ridículos o inverosímiles que otros, pero igual, nunca los tomé en cuenta.
     Pero con todo esto, a lo que voy es,  a los que sí influyeron de una u otra manera o mucho. Hay frases lapidarias que no nos dejan, aunque crezcamos o nos vayamos muy lejos, porque van incrustadas en nosotros que se convierten en nuestra filosofía. Sólo es cuestión de escarbar un poco sobre lo que creemos del trabajo, del dinero, de las relaciones, con las que construimos nuestro estilo de vida. Para darnos cuenta, lo esclavizantes que pueden ser.  Y así como nos pareció tan ridícula o falsa alguna superstición, pasa lo mismo con estas otras. Tienen el mismo fundamento que todas: sólo con ciertas cuando las acreditamos como tal y las adoptamos. Desgraciadamente, cuando nos empiezan a llenar como alcancía, una tras otra, somos apenas niños, inocentes, que además, no dudamos de lo que nos dicen nuestros mayores. Claro, ellos lo hacen con la mejor intención.  Pero muchas de ellas, se contraponen con los logros que queremos alcanzar, o nos hacen sentir culpables. Las creencias no son buenas ni malas, nos sirven o nos bloquean y punto.
     Nuestro inconsciente funciona como un ordenador, y las creencias serían como nuestro software, él va a ejecutar lo que se encuentre, de acuerdo a lo que tiene programado. Desechará automáticamente lo que no reconoce como dato aceptado en un programa. No se va a preguntar si es importante, válido o necesario, solo descartará y aceptará lo que antes se le programó. Y como nosotros siempre andamos en piloto automático, es muy raro razonemos,  lo que se hace o lo que se piensa,  más allá de un primer plano.  Liberar toda la carga que ni siquiera sabemos desde cuándo o porqué o para qué la llevamos como equipaje a donde quiera que vayamos. Tomamos las decisiones de acuerdo a esos valores, sentimos y reaccionamos a ellas todo el tiempo.
      Igual que los ordenadores, el software se instala y se desinstala a nuestras necesidades, las creencias pueden cambiarse, sustituyendo siempre una a otra. Todo es cuestión de desaprender y aprender. Una vez que sepamos manejar este simple mecanismo, podemos entendernos más, conocernos más y sobretodo gobernarnos.
    


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