“Echando a perder se aprende” es un dicho muy común y se nos aplica durante toda la vida. Pero a mí me hubiera
gustado ser un poco mas asertiva, en
cada etapa, saber lo que quiero, y porque, a dónde quiero llegar o por qué necesito esto o lo
otro. Sin tantas caídas. Podría ser en parte a que vivimos pasando de
generación en generación conocimientos;
a base de cuentos, mitos, prejuicios, costumbres, que nos dan ideas
equivocadas, e incluso contradictorias. Y eso por supuesto nos ayuda a estar
bastante confundidas.
Por un lado nos llenan de cuentos de hadas y princesas, exhortando
cualidades como sumisión, fragilidad, dependencia, desamparo, hasta torpeza,
para ser atractivas de que nos rescaten y salven. Donde la realización llega cuando conocemos al príncipe azul, y este es prácticamente el único objetivo en la vida.
Por ende, este susodicho es el encargado de proveernos la satisfacción de todas
nuestras necesidades, las cuales no sabemos, porque él es el que se va a
preocupar por ello. Ninguna princesa de los clásicos cuentos de hadas tiene una
vida propia interesante o relevante. Tiene una vida de servilismo a todo
personaje del cuento. Ella no hace nada por o para sí misma. De hecho vive huyendo de su
infortunada vida, pero no sabe a dónde va ni mucho menos a donde llegará. La
reina que es la que tiene poder, es la dueña del castillo y el reino, se le
muestra como malvada, asesina, viuda negra, etc. No alguien en quien se quiera
identificar una niña.
Nos bombardean de revistas donde el
objetivo es como ser más bonitas, más elegantes, más preparadas, astutas
(cualidades aprendidas en la etapa de
los cuentos como las no “buenas”) en una
competencia descarnada para llegar a una meta que francamente no sabemos dónde
está. Porque la meta sigue siendo complacer a los demás. Ya no en un modo
servil, pero sí de aceptación cualitativa. Cualquier mujer con 5 gramos de
autoestima, sabe que no necesita
compararse ni calificarse con nada ni nadie, algo muy difícil, cuando se nos ha
enseñado a continuamente compararnos, sobre todo las mamás, o abuelas (cuando la madre no lo hace) con sus modelos
idóneos, fulanita tan buena, perenganita
tan estudiosa, sutanita tan bien portada.
Cómo se puede lograr la autorreferencia, cuando se aplica lo contrario
todo el tiempo.
Ni hablar de la confusión, en la que se
encuentran muchas mujeres, donde por más que ganen puestos labores, empoderío
económico. Se sienten fracasadas si su pareja no entra en un estatus que
indique que ella logró conquistar un hombre “de bien”, porque también se
califican por él. Donde su sueldo le supere
para poder proporcionarle la vida merecida según la sociedad. Es imperdonable,
por no decir mediocre salir con alguien que gane menos. Después es estar contra el reloj biológico,
para apurarse a tener hijos, si no, cuál es la razón que une y bendice a una
pareja, sino el pequeño heredero. Yo he conocido muchas mujeres, que adoraban
su vida profesional, pero por seguir las demandas sociales, tienen hijos, que
después no toleran o entran en depresión de por vida. Donde no sólo hacen
infeliz a una, sino a tres por partida y de un jalón.
Por eso no se puede comprender a una
mujer, al menos no en nuestra sociedad
que no educa en un mundo de ambivalencia.
Y mantener un equilibrio en la cuerda floja, no se puede todo el tiempo.
Como padres, sociedad, profesores, tenemos una gran responsabilidad con nuestros
hijos, mujeres o varones, porque más que tenerles un techo y comida,
necesitamos enseñarles a tener sus propias herramientas para conquistar la vida a su manera. Dejar encontrarse a sí mismos, descubrir el o
los talentos y habilidades que cada uno posee, o lo que les interese desarrollar por
convicción propia. Aprender a desmitificar lo inservible en la vida practica
individual. Actuar por convicción a sabiendas de ir contracorriente, pero
seguro de una satisfacción garantizado cuando el timón lo maneja una misma.
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