Hubo una vez, hace mucho
tiempo, donde creí que ser una princesa era algo mágico, increíble y muy
deseado. Suponía que era un estado ideal de belleza, riqueza, reconocimiento y
bla, bla bla; cosas que parecen importantes desde la visión deseosa e
idealizada de una chiquilla. Tal vez estaba todo encaminado a que pasaran los
años y la princesa, fuera desplazada por
la protagonista de la novela televisiva, lo cual no dista mucho del personaje que
le precede: ingenua hasta el grado de tonta, de una nobleza cegadora
(apegándose fuertemente al mito religioso de servilismo al prójimo, próximo y
lejano), con un desinterés personal que aparentemente es bien visto por no ser
egoísta, pero si la sentáramos en el diván del Freud, su autoestima estaría tan
por los suelos, que sólo convivía con animales
rastreros o minúsculos, y ni hablar de su proyecto de vida, totalmente
inexistente.
Por otro lado, aparecía un personaje de
mayor impacto y poder, pero mal nombrado antagonista, porque ya de entrada casi
nadie quiere verse identificado con él, bueno, en este caso ella. La bruja, la
malvada, que tiene poder pero sólo lo usa de manera cruel, desalmada y egoísta,
esa palabra de tan mala reputación. Además acompañada de rasgos indeseables
como la vejez y la fealdad, contrarios a la juventud y belleza, dotados para la princesa.
Cualquier estudiante incipiente de
literatura sabe que el papel protagónico de una novela es generalmente con el
que se va a identificar el lector, es el más importante de la obra porque es
del que se cuenta la historia, y que aparece en casi todas las escenas o
capítulos según el tipo de obra. Los demás papeles al ser secundarios o
complementarios pierden importancia ante un protagónico, he ahí el meollo del
asunto a tratar.
En la mayoría de las historias, la heroína no
tiene nada de héroe, lo cual me parece muy tendencioso; aunque es la
protagonista, es un personaje que no tiene poder en sí misma, es muy
vulnerable, totalmente dependiente, manipulado por ignorancia, fuertemente
adaptado al sufrimiento, ya que su vida es un constante drama. Donde llega a un
desenlace, no, por cualidades tales como disciplina, coraje, valor, planificación,
etc., sino que se escapa de la tragedia por su belleza física, dulzura e inocencia,
rasgos innatos o que no necesitan ser trabajados, o sea, que si naces así, ya
la hiciste, pero si no, no tienes opción, al menos de ser una princesa.
Por lo tanto, me he preguntado, a quién o
quiénes les convenía que el mundo estuviera lleno de mujeres que soñaran con
ser princesas, para después criticar y censurar esa parte infantiloide, que en
una pareja o un empleado es insufrible, pero que durante mucho tiempo ha sido incitada,
abonada y aplaudida en el comportamiento femenino infantil, como si, no
supieran que lo que se siembra es lo que se cosecha. Ya una vez puesta una semilla,
sólo es cuestión de tiempo para que se convierta en el fruto que lleva dentro.
Ahora que si se secciona a la antagonista,
la detestable bruja malévola, creo que también fue muy tendencioso este otro
personaje, porque así se aseguraba que una fémina, no fuera a identificarse con
el poder, la magia, el liderazgo, ya que era representado por algo indeseable
para todos. Así era tan fácil relacionar
éstas características con la maldad o algo malo, y con lo inculcado que
llevamos de ser buenos, nadie por elección desea serlo. Agregando a todo esto,
otro ingrediente igualmente dañino: la envidia,
que además pertenece a los siete pecados capitales, para que no se le
reste importancia e iniciando así la rivalidad infinita entre mujeres, ya que
ésta emoción era la que movía principalmente a la bruja contra la princesa,
para arrebatarle las cualidades que le fueron negadas a ella o quitarla de su
camino por intereses personales, llámese
un reino, el príncipe consorte o el amor de su padre; porque aún con el
poder y la sabiduría, ella quedaba derrotada ante la belleza física, juventud y
candidez de la dulce princesa. Dejando claro que ella no se podía fiar de
nadie, al menos no de las demás mujeres del cuento, que pasaban a ser rivales. Casualmente
huérfana de madre, una madre debilucha de la que ni siquiera se mencionaba su
ausencia o la razón de ello.
Luego entonces con un inocente cuento
(pero todos con ese patrón), al desear el papel protagónico e identificarnos
con ese tipo de personajes, estábamos
destinadas a buscar o perseguir ciertos atributos para tener una sola meta: que
un príncipe nos rescate, (obviamente heredero del reino o sea millonario, de
esos que te encuentras por todos lados ¡aja!) al cual, sólo lo conquistaremos por nuestra belleza, como
único atributo a ofrecer, ya que no se habla de afinidad ni nada parecido, no
sabemos nada más allá de la historia, ni siquiera imaginada, porque la
susodicha jamás da pistas de qué espera de la vida; suponemos que además con conseguir una pareja
en una buena posición económica, que alejará para siempre el drama de su vida como
por arte de magia.
En nuestro reino de carne y hueso, toda
mujer que sea ambiciosa por mérito propio, tenga personal a su cargo, o sea
poder, sobre todo en el mundo laboral, es catalogada de bruja, sobre todo por
las princesas (esas que están sentadas esperando); independientemente de que
para sobrevivir aquí, hay características necesarias como tenacidad, ambición,
disciplina, liderazgo, inteligencia, estrategia, mismas que se requieren en un
hombre, sin afirmar que sean exclusivas de algún sexo, solamente que son más
fomentadas en ellos, o se da por hecho
de que son innatas, lo cual es un gran mito.
Si nos aventuramos a pensar qué hubo más
allá del “felices por siempre”, ¿Qué pasaría cuando la princesa se convierta en
reina y tenga a su vez princesas? ¿Se volverá malvada por eso? ¿Cuándo su
juventud se pierda en el pasar de los años? ¿Se le seguirá viendo bella o ya
no? Creo que sería conveniente empezar a crear otros personajes más completos,
menos inútiles, para que vayamos adoptando otros en la vida real, que no se
sientan amenazados tan fácilmente, ni la rivalidad sea el pan de cada día.
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