viernes, 28 de agosto de 2015

¿TE ESCUCHAS CUANDO HABLAS?

Supongo que cuando hablas tienes idea de lo que dices, tienes conciencia de que estás emitiendo un mensaje, pero, ¿Tienes consciencia de qué hablas cuando hablas? Aunque son homónimas, consciencia y conciencia, no quieren decir lo mismo. Consiente, es qué sabes dónde estás, qué estás haciendo, qué sientes físicamente. Consciente es la parte que sabe la intención, sabe un para qué y un desde dónde. Por ejemplo, si estoy desayunando fruta, estoy consiente de su textura, sabor, que me dio hambre y estoy satisfaciendo mi necesidad de alimento;  sin embargo,  puedo estar consciente o no de por qué elegí lo que estoy comiendo, de todo el proceso de digestión que está ocurriendo mientras mastico y saboreo esa fruta, tampoco qué detonó el antojo y la elección; si eran mis niveles de azúcar, o por satisfactores meramente emocionales.  
     Este mecanismo nos da una clara muestra de   cómo,  lo que ocurre a nuestro alrededor está muy lejos de decir que sabemos lo que hacemos, no de una forma completa. Pero además, nunca nadie nos explicó, que lo que decimos no es lo mismo, de cualquier manera que podamos hacerlo, las palabras que usamos son de suma importancia. No sé si es la primera vez que lees sobre el uso de la palabra, no de ortografía o gramática (que también es importante), si no sobre lo que dices, lo significante.
     Hace un tiempo ya, que empecé (o más bien retomé) este camino de conocimiento alternativo, por decirlo así; que diera respuesta a mis inagotables preguntas,  buscando también un sendero más espiritual, y como el que busca encuentra, di con una serie de autores que me fueron llevando uno a otro. Creo, aunque ya no estoy muy segura, que fue  Louise H. Hay, a la que le leí por primera vez sobre los pensamientos y palabras que crean nuestra realidad. En ese entonces me pareció extraño, muy fácil de hecho,  pero me parecía lógico, así que decidí creerle.  Cambié ciertas perspectivas de mi ideología, hubo algunos pequeños cambios notorios en mi vida, a pesar de que mi constancia era errática, y que suspendí por un tiempo mi cercanía a los libros por circunstancias de la cotidianeidad.  En el retorno a esto, me di cuenta que por muy diferentes que fueran los motivos, el camino andado de cada autor, su idiosincrasia, su entrenamiento; todos coincidían con el poder de nuestra palabra, como elemento creador.
     Algunos libros como El Secreto, El poder de la Palabra, La  palabra es tu varita mágica, y muchos otros más, se basan en que es muy importante que digas decretos o frases para lograr lo que quieres. Las Iglesias por su parte, todo lo engloban en orar (hacer peticiones o decretos), aunque en ambos, la fuerza de la creencia o lo que llaman fe juega un papel protagónico, pero como no te explican cómo funciona, entonces puede ser que algunas cosas te resulten o lo logres a medias. Porque al final, terminas haciéndolo de una forma mecánica (otra vez de manera inconsciente).
      Cuando en las Cosmogonías o Biblias, nos cuenta que Dios dice, y al hacerlo crea el mundo, ya nos habla  mucho sobre este poder de la palabra, el Logos; pero como no vemos más allá de lo que nos enseñan, lo más probable es que al igual que yo, nunca  habías reparado en ello (ahora me parece tan lógico), que me preguntó cómo nunca se me ocurrió verlo así.  
     En un escrito anterior que hice sobre las Leyes Herméticas, explico brevemente la ley de la Vibración. El habla es vibración y nosotros también. Si a la palabra como la conocemos le quitáramos los significantes que tiene, sólo serían sonidos, por lo tanto vibraciones, lo que emitimos, cada que invocamos (poner en la boca) llama a algo, que después se densifica en nuestra realidad. Aquí, entra  en juego también la Ley de la Atracción (similar atrae lo similar). Acercamos o alejamos de nosotros cosas o personas o situaciones por la vibración que emitimos y como lo  que nosotros manejamos para comunicarnos es el lenguaje hablado, la palabra es un vehículo importante en este proceso de creación.   Si ponemos como un ejemplo, dos palabras que sean sinónimos tales como: alimentar y comer,  que suenan muy diferentes, aunque su significado sea para la mayoría de nosotros lo mismo. No tendrá  el mismo efecto para mí,   en caso de que ésta fuera la palabra que ocupara para pedir algo al respecto, si en mi vibración la que es compatible sea comer, y yo utilizo alimentar; no atraeré lo que quiero, o incluso lo puedo bloquear. Esto sin contar si realmente cuando decreté u ordené algo (donde ni cuenta me di cuando lo dije),  que efectivamente manifesté de forma correcta lo que tenía como idea en la mente.
      Cuando mandamos un mensaje de texto, que no está claro, o que se entendió de manera inadecuada, después podemos darnos cuenta de dónde estuvo mal escrito, porque lo podemos leer  nuevamente. Sin embargo al conversar de manera cotidiana, no reparamos en lo que dijimos textualmente, aunque lo hayamos dicho instantes antes, así que resultará casi imposible detectar algo, si no le pusimos atención (cosa que generalmente hacemos).
     En este punto, empiezan a tener más sentido, el porqué, hay cosas que se pasan como recetas, que a algunos les funciona y a otros no. Son como los chismes, de voz en voz se van corrigiendo, aumentando o degradando de acuerdo al sentir de cada emisor, hasta que termina en algo totalmente diferente al origen.
     Por otro lado,  no sé cómo lo descubrieron,  pero se supone que todos los días tenemos como 60 mil pensamientos navegando en nuestra cabeza, aunque a pesar de ser tantos,   día a día son los mismos; te podrás imaginar cuántas veces pides y piensas en algo, que crees que no pasará o que lo deseas así.  Pides por pedir, sólo hablas de terceras personas, de lo que no te gusta.  Aunque tú no te escuches, imagínate que hay un genio colgado en tu hombro, a la espera de tus órdenes, o lo que él va a tomar como una orden a seguir. ¿No crees que vale la pena, pensar antes de hablar?




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