domingo, 28 de junio de 2015

La muerte, esa temida amiga.

A pesar de que dicen que los mexicanos nos reímos de la muerte, me parece que  eso es “de dientes para afuera”, tal vez cuando se originaron las tradiciones podría ser, aunque aún persisten, desgastadas,  degeneradas o híbridas,  realmente solo se siguen por mero conductismo, han perdido totalmente la esencia y sentido por el que se hacían. La muerte es un ente al que,  más que respeto, nos han enseñado a temerle, bueno, en lo personal, no conozco a nadie que no le tenga su temorcillo.
     Cuando hablamos de muerte o mencionamos su nombre, sólo nos viene a la cabeza, el día que partiremos de este mundo.  Y desde este punto, quiero comenzar, el pensar en tener una muerte física, en general no lo queremos enfrentar, es aquí donde se origina ese miedo. Porque ya lo experimentamos al nacer, morimos del vientre de nuestra madre, para vivir en este mundo;  ésta experiencia traumática nos marca tanto, que le tememos. Pero hay otro punto, la muerte no existe, obviamente, para transitar en este mundo en el que vivimos, necesitamos encarnarnos en un cuerpo, éste sí es mortal, tiene una caducidad, pero nuestro ser es infinito.
       Si nos permitimos  ver esto de otra manera, si ampliamos un poco nuestro rango  de observación a este concepto,   nos daremos cuenta que nosotros constantemente vivimos muertes, cuando por ejemplo, pasamos de un grado a otro en la escuela, o dejamos algo para iniciar otro; cada etapa, cumple con ese ciclo: nace, crece, se reproduce o desarrolla   y muere, termina, finaliza; no se le puede llamar de otra manera. Además esto ocurre para evolucionar, para ir adelante; dejamos la niñez para ser adulto, nos salen dientes cuando necesitamos otro alimento que sólo la leche materna. Una etapa perece cuando su función ya es inútil o insuficiente, cuando necesita un reemplazo para evolucionar, todo tiene este fin.
       Al  acabar una relación también  (este punto quiero ampliarlo), no sólo es la amorosa, porque decimos relación y sólo pensamos en la de pareja, entra en esta categoría todo con lo que nos relacionamos, una mascota, la dueña de una tienda, un banco, un equipo, una transacción. Tenemos relaciones de unos minutos, de horas, de días, de años. Si lo ves con más detenimiento, dura lo que es necesario. Entre millones de personas con las que te puedes relacionar en el mundo, no es casualidad que te encuentres con algunas, todas ellas, tienen algo para ti o de ti para ellas, y por eso han coincidido en algún momento. Salvo que si no estamos atentos, nos perderemos de esa enseñanza o ese mensaje. Vendrá en otra oportunidad, cuando volvamos a estar listos para recibirla, puede ser que con la misma persona, pero no necesariamente. Lo que sí será pertinente, es repetir el número de veces que haga falta alguna circunstancia, para tomar lo que de ella necesitamos aprender, sólo entonces aparecerá nuestra amiga para abrazar eso.
      En nuestro cuerpo sucede lo  mismo, a diario,  cada instante, pero como no estamos acostumbrados a observar-nos, no lo percibimos. Todos los días para que nosotros nos mantengamos con vida, dentro de nuestro cuerpo ocurre la muerte de miles de células para crearse nuevas, de lo contrario estaríamos pudriéndonos día a día. El día y la noche, es otro ejemplo de este tipo de ciclos.
     Cuando la muerte aparece, lo sabemos, aunque no queramos enterarnos o aceptarlo. Cada que sentimos una experiencia de incomodidad, de no pertenecer, incluso como traer una carga, es que ella se está presentando, pero hay un anclaje o apego a seguir en la misma situación. Si nos sentimos así, es porque ya no es nuestro lugar, porque es algo que ya no necesitamos, para continuar nuestra evolución lo que se requiere es avanzar, pero como esto no es obligatorio, la circunstancia en cuestión se sigue manteniendo hasta que sola se pudre literalmente. Todo este proceso, nos trae sufrimiento, pero sólo porque lo vemos como una pérdida, cosa que no ocurre cuando nos queremos zafar de algo, ahí al contrario, estamos apurados por salir, por dejar. Si todo lo empezamos a ver como parte de una transición tanto, como si es agradable o nos desagrada, evitaríamos resistirnos a esto, lo que sea, o como sea y fluiríamos fácilmente. No estaríamos deteniendo algo indefinidamente sólo por placer o dolor. A sabiendas que siempre hay algo más, cuando “pierdes” algo, otro lo sustituye, es una ley natural, nada en este universo está demás o de sobra, tiende al equilibrio, constante y automáticamente;  cuando tú haces un espacio, éste se cubre sí o sí, inevitablemente. Lo mismo si no llega, es porque algo ocupa ese lugar, y no aparecerá hasta que esté vacío.

     Si adoptáramos con más alegría y facilidad, que nada es eterno, que todo está siempre bien, ese miedo pronto desaparecería, ella ya no sería un ser temido, sino hasta buscado, porque ¿A quién no le gusta saber que avanzó, que pasó el examen? Todo es tan sencillo, como empezar a ver las cosas de otra manera. Así tal vez entenderíamos un poco, porque nuestros ancestros la celebraban. Además, sabiendo que tenemos una eternidad por delante, podemos tomarnos el tiempo que queramos en aprender. 

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