A pesar de que dicen que los mexicanos nos reímos
de la muerte, me parece que eso es “de
dientes para afuera”, tal vez cuando se originaron las tradiciones podría ser,
aunque aún persisten, desgastadas, degeneradas o híbridas, realmente solo se siguen por mero conductismo,
han perdido totalmente la esencia y sentido por el que se hacían. La muerte es
un ente al que, más que respeto, nos han
enseñado a temerle, bueno, en lo personal, no conozco a nadie que no le tenga
su temorcillo.
Cuando hablamos de muerte o mencionamos su nombre, sólo nos viene a la
cabeza, el día que partiremos de este mundo. Y desde este punto, quiero comenzar, el pensar
en tener una muerte física, en general no lo queremos enfrentar, es aquí donde
se origina ese miedo. Porque ya lo experimentamos al nacer, morimos del vientre
de nuestra madre, para vivir en este mundo;
ésta experiencia traumática nos marca tanto, que le tememos. Pero hay
otro punto, la muerte no existe, obviamente, para transitar en este mundo en el
que vivimos, necesitamos encarnarnos en un cuerpo, éste sí es mortal, tiene una
caducidad, pero nuestro ser es infinito.
Si nos permitimos ver esto de otra manera, si ampliamos un poco
nuestro rango de observación a este
concepto, nos daremos cuenta que nosotros
constantemente vivimos muertes, cuando por ejemplo, pasamos de un grado a otro
en la escuela, o dejamos algo para iniciar otro; cada etapa, cumple con ese
ciclo: nace, crece, se reproduce o desarrolla y
muere, termina, finaliza; no se le puede llamar de otra manera. Además esto
ocurre para evolucionar, para ir adelante; dejamos la niñez para ser adulto,
nos salen dientes cuando necesitamos otro alimento que sólo la leche materna.
Una etapa perece cuando su función ya es inútil o insuficiente, cuando necesita
un reemplazo para evolucionar, todo tiene este fin.
Al acabar una relación también (este punto quiero ampliarlo), no sólo es la
amorosa, porque decimos relación y sólo pensamos en la de pareja, entra en esta
categoría todo con lo que nos relacionamos, una mascota, la dueña de una
tienda, un banco, un equipo, una transacción. Tenemos relaciones de unos
minutos, de horas, de días, de años. Si lo ves con más detenimiento, dura lo
que es necesario. Entre millones de personas con las que te puedes relacionar
en el mundo, no es casualidad que te encuentres con algunas, todas ellas,
tienen algo para ti o de ti para ellas, y por eso han coincidido en algún
momento. Salvo que si no estamos atentos, nos perderemos de esa enseñanza o ese
mensaje. Vendrá en otra oportunidad, cuando volvamos a estar listos para
recibirla, puede ser que con la misma persona, pero no necesariamente. Lo que
sí será pertinente, es repetir el número de veces que haga falta alguna
circunstancia, para tomar lo que de ella necesitamos aprender, sólo entonces
aparecerá nuestra amiga para abrazar eso.
En nuestro cuerpo sucede lo mismo, a diario, cada instante, pero como no estamos
acostumbrados a observar-nos, no lo percibimos. Todos los días para que
nosotros nos mantengamos con vida, dentro de nuestro cuerpo ocurre la muerte de
miles de células para crearse nuevas, de lo contrario estaríamos pudriéndonos
día a día. El día y la noche, es otro ejemplo de este tipo de ciclos.
Cuando la muerte aparece, lo sabemos, aunque no queramos enterarnos o
aceptarlo. Cada que sentimos una experiencia de incomodidad, de no pertenecer,
incluso como traer una carga, es que ella se está presentando, pero hay un
anclaje o apego a seguir en la misma situación. Si nos sentimos así, es porque
ya no es nuestro lugar, porque es algo que ya no necesitamos, para continuar
nuestra evolución lo que se requiere es avanzar, pero como esto no es
obligatorio, la circunstancia en cuestión se sigue manteniendo hasta que sola
se pudre literalmente. Todo este proceso, nos trae sufrimiento, pero sólo
porque lo vemos como una pérdida, cosa que no ocurre cuando nos queremos zafar
de algo, ahí al contrario, estamos apurados por salir, por dejar. Si todo lo
empezamos a ver como parte de una transición tanto, como si es agradable o nos
desagrada, evitaríamos resistirnos a esto, lo que sea, o como sea y fluiríamos
fácilmente. No estaríamos deteniendo algo indefinidamente sólo por placer o
dolor. A sabiendas que siempre hay algo más, cuando “pierdes” algo, otro lo
sustituye, es una ley natural, nada en este universo está demás o de sobra,
tiende al equilibrio, constante y automáticamente; cuando tú haces un espacio, éste se cubre sí o
sí, inevitablemente. Lo mismo si no llega, es porque algo ocupa ese lugar, y no
aparecerá hasta que esté vacío.
Si
adoptáramos con más alegría y facilidad, que nada es eterno, que todo está
siempre bien, ese miedo pronto desaparecería, ella ya no sería un ser temido,
sino hasta buscado, porque ¿A quién no le gusta saber que avanzó, que pasó el
examen? Todo es tan sencillo, como empezar a ver las cosas de otra manera. Así
tal vez entenderíamos un poco, porque nuestros ancestros la celebraban. Además,
sabiendo que tenemos una eternidad por delante, podemos tomarnos el tiempo que
queramos en aprender.
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