sábado, 9 de agosto de 2014

Nuestras Relaciones parte II

Todos al nacer, llegamos con dones, capacidades más desarrolladas unas que otras, pero al entrar en el sistema familiar, no los usamos o en el peor de los casos, los escondemos, porque no nos permiten ser. Podría ser que un niño tenga el don de comunicarse por medio de artes plásticas, pero nace en una familia de abogados; seguramente no le permitirán desarrollar y potenciar sus cualidades, sino que por tradición lo obligaran de una u otra manera a ser otro abogado más. Encerrando tal ser en una jaula de estrés y no realización. La realización es estar en el estado real del ser, para brillar, estar en un estado perpetuo de tranquilidad, no como los eslogan de excelencia y triunfo que tenemos definidos, sino lo que a él, le llena.
     Con este modelo de Perfección, nos dan un proyecto de vida, desde buscarnos a quién del clan nos parecemos o les gustaría que nos pareciéramos, que nos empieza a decretar una conducta, que inconscientemente seguiremos como mandato; cualquier deseo de los padres es una orden (explícita o implícita), adoptar las preferencias de la familia (religión, educación, alimentación, etc.) dejando los deseos personales, el disfrute de una actividad, sintetizada a un mero  pasatiempo, o sea, sólo permitido,  después de cumplir con lo que le han obligado y si queda tiempo, lo podrá entonces realizar. Dependiendo de los lineamientos y exigencias de la sociedad donde se  mueva.
     Ya una vez que nos hemos desconectado, siguiendo la educación o adiestramiento a que somos  sometidos, olvidamos la sabiduría innata a cambio del conocimiento adquirido, que generalmente es sólo teórico, porque muchas  o la mayoría de lo que nos enseñan, no nos consta, lo aceptamos con una fe ciega, por ser autoridades (padres, iglesia, gobernadores, científicos) de quien vienen.   Lo tomamos como verdad y renunciamos a la responsabilidad, bueno, también porque nos mantiene en una zona de confort, empezamos a jugar a ser víctimas del destino y sus circunstancias. 
     Con ese tamiz, ya no vemos que todo lo que hay alrededor, que precisamente lo miramos desde nuestra percepción,  proyectamos lo que tenemos dentro, no lo reconocemos así, por lo tanto, la función de nuestras relaciones se pierde totalmente. Entonces, no importa cuántos seres por amor a nosotros, se presten a personificar mil y un villanos, brincamos de guías a guías en automático; sin saberlo, repitiendo personajes, circunstancias y situaciones, una y otra vez. Nos han infundado tan fuertemente que el dolor es sufrimiento, que evadimos cualquier aprendizaje, si creemos que éste no es placentero, por la manía recalcitrante a juzgar todo como bueno o malo. Con este filtro, anulamos de inmediato el cincuenta por ciento de nuestro aprendizaje.
     Podemos medirnos, por decirlo así, con seguridad, que vamos por un rumbo equivocado, cuando llegamos a un malestar, físico, si es como enfermedad; circunstancial, si entramos en una crisis de pareja, de trabajo, económica, etc. Que nos indica, que hay que movernos, no que estamos pasando una mala racha, por mala suerte. Es la manera de obligarnos a mirar esa situación para hacerle cambios, para mutar y evolucionar

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