Todo lo que existe fuera nuestro
es una proyección de nosotros mismos.
Siempre nos estamos encontrando con nuestros miedos, necesidades,
bloqueos, que vemos en lo que nos sirve
de espejos, de manera directa o indirecta, con el único
fin de resolverlos, superarlos, degradarlos o en su mejor instancia, disolverlos. Una de las formas de hacerlo, es a través de las relaciones, todas; relaciones fraternales, de
negocios, de trabajo, de pareja. Generalmente repetimos los mismos patrones de
conducta en todas, tales como dependencia, abuso, sobreprotección, sumisión,
chantaje, control, abandono, etc. Relacionándonos una y otra vez con personajes
similares, que solo van cambiando el nombre o la función. Que además es una
forma de solucionar lo que hemos venido a resolver, todo nuestro universo lo
impregnamos de lo mismo, y así nos lo encontramos en las parejas, hijos, jefes,
amistades, padres.
Nos cuesta demasiado verlo así, incluso
aceptarlo, porque toda nuestra estructura mental se ha construido de otra
manera. Aprendemos desde pequeños a
separarnos del entorno, a ser víctimas
de circunstancias y destinos, nos
volvemos dependientes, ciegos y desapoderados. Nos quitamos la responsabilidad
de nuestra persona y sus consecuencias, dejando todo en manos de la
justificación llamada accidente o suerte, convirtiéndonos en marionetas movidas por hilos tejidos en destinos macabros y mal intencionados que
requieren de nuestro sufrimiento, para lograr alcanzar algo, para poder merecerlo,
o simplemente porque sufriendo conseguimos algunas cosas. El vernos así mismos
de esa manera, nos limita e impide que
podamos ver, que todo lo que existe está por alguna razón para comunicarnos
algo, nada está de más o de menos, son mensajes en metáfora, que nos hablan
para irnos mostrando el camino que vamos recorriendo, y que muchas veces
seguimos un círculo, es como tener un mapa y no saberlo leer.
Al aparecer en nuestro mundo material,
llegamos teniendo una potencialidad infinita, que poco a poco vamos perdiendo,
al irnos adaptando a la familia, a la colonia, al barrio, al país. Se empieza a
construir nuestro ego, necesario para protegernos, mantenernos vivos, en los
momentos de supervivencia que se enfrenta, va guardando como un disco duro,
cada experiencia de dolor, sufrimiento,
peligro, la archiva en nuestro cerebro
arcaico; para que en el momento en el que las circunstancias similares se
repitan, inmediatamente se encienda una alarma, ya sea para huir o paralizar. Respuesta que pudiera ser caduca o
impertinente para las circunstancias presentes, pero él no juzga, sólo lo actúa de inmediato al
encontrar varios datos que considera peligrosos. Lo cual nos impide avanzar en situaciones
desconocidas, que pudieran ser benéficas o que nos representaría un avance
hacia donde queremos llegar.
Aprendemos a relacionarnos con recelos,
con miedos, con inseguridades. Después de que experimentamos la primer
separación, cuando empezamos a vernos como un ser aparte de papá y mamá,
iniciamos la carrera del desamor. Empezamos a mendigar, atención, afecto,
calor, a cambio de comportamientos “permitidos” o esperados, nulificando ,
negando o escondiendo nuestras propias necesidades, al punto que antes de dejar
la niñez, ya hemos olvidados quienes somos, nos vendemos al mejor postor, o
muchas veces al menor precio. Debemos de entender, que no hay culpables en todo
esto, si nuestros padres fueron adiestrados de la misma manera, ellos no pueden
enseñarnos otra cosa, otra manera, a menos que en el camino, se hayan iluminado
y evolucionado.
Todos al nacer, llegamos con dones,
capacidades más desarrolladas unas que otras, pero al entrar en el sistema
familiar, no los usamos o en el peor de los casos, los escondemos, porque no
nos permiten ser. Podría ser que un niño tenga el don de comunicarse por medio
de artes plásticas, y nace en una familia de abogados; seguramente no le
permitirán desarrollar y potenciar sus cualidades, sino que por tradición lo
obligaran de una u otra manera a ser otro abogado más. Encerrando tal ser en
una jaula de estrés y no realización. La realización es estar en el estado real
del ser, para brillar, estar en un estado perpetuo de tranquilidad.
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