Últimamente es muy difícil no
caer en la tentación de criticar el país, la vecina, tarara tarara tarara,
porque vivimos en un estado de espera constante, esperar a que haga alguien,
algunos, todos; que automáticamente calificamos en relación a nuestra escala de
expectativas. Y como nuestro sistema funciona con base a la ley de oferta y
demanda, pues vivimos en un desequilibrio total, porque todos demandan y nadie
oferta.
Primero, nos hemos creado muchas necesidades,
la que más conflictos nos da, es la de
aprobación; donde además de preocuparnos por
respirar, comer, vestir y habitar
(que serían las básicas), le agregamos un plus, no todo equivale a la misma
calidad de comida, ni de vestido ni de vivienda, no por lo que satisfacen, sino para pertenecer al grupo
donde quiero ser aceptado. Sea por nivel socioeconómico, intelectual o gremio
cualquiera que tenga un distintivo de otro y me interese pertenecer. Así, nacen
las etiquetas, esto es mejor que esto otro, porque algo o alguien lo dice, y
los demás siguen el ritmo, luchando por ganar un estatus o un lugar, del cual
más que premio, parece una cárcel. Sí, una prisión, porque fuera de sentirme bien
conmigo mismo a secas, no, primero soy de tal país, como si uno fuera mejor que
otro, de tal colonia, de tal familia, de tal escuela, de tal idiosincrasia
política, religiosa o moral; aunque esta última, sea más de nombre que de
práctica. Que bajo estos preceptos, me
voy a sentir aceptada o rechazada o intimidada, por los demás diferentes a mí,
y de lo cual mi reacción también será una contraparte. Así que no empezaremos
por encontrar a ningún inocente o culpable, como se quiera ver desde este punto
de vista.
Si nos detuviéramos un poco y observáramos
cualquier pedacito de naturaleza, descubriríamos o mejor dicho recordaríamos
que funciona todo, en una total colaboración equilibrada, la tierra no
menosprecia las semillas por clasificación, el agua no discrimina nada, el sol,
el aire, los mismos insectos y fauna “nociva” como nosotros la hemos
calificado, tiene su papel, igual de importante el de uno o de otro, ya que
para existir, se necesitan todos. Cada cual da sin esperar, todo su ser, para crear
una sinfonía maravillosa.
Este
modelo de convivencia y colaboración,
nos vendría muy bien a todos, cada quien haciendo su parte; como un inmenso reloj, para poder mover toda una maquinaria,
por muy pequeño que sea el engrane o la pieza, se requiere de la participación
de todas. Es muy fácil, culpar al de enfrente, y dejar toda la responsabilidad
de todos bajo sus hombros, nadie, por muy superhombre que fuere, se le duplica su capacidad para cubrir las de su vecino, y si
así, lo hiciese, el rendimiento se mermaría en un plazo más corto.
Me parece sumamente ilógico, infantil y ridículo, creer
que, nuestro mundo va a cambiar, porque los que deben cambiar son unos cuantos
dirigentes; ¿y todo el resto? ¿Dónde queda
su responsabilidad? Si viéramos al gobierno, cualquiera que este sea, como una
madre o un padre, para que solucione todos nuestros problemas, nosotros
representaríamos el adolescente o infante perpetuo, que sólo exige protección,
alimentación, derechos, sin producir nada en algún momento y que la madre o
padre, si van teniendo una depreciación a medida que crece el número de hijos.
Nos hace falta madurar, tantas y tantas
reflexiones que se ven muy bonitas, cuando se
postean, no nos sirven de nada.
Si al menos pusiéramos un poco de atención a las palabras que nosotros mismos abanderamos
como nuestra ideología, pero que a la vuelta de la hoja, hacemos otra cosa. Y
lo digo, porque me acuerdo mucho de una reflexión que aquí, en las redes
sociales y en correos masivos han enviado mucho; la anécdota del pajarito que
quiere apagar un incendio en el bosque, donde todos los animales corren para
salvarse, y él con sus alas mojadas alcanzaba a tirar unas cuantas gotitas de
agua, que recogía de un arroyo o río. Si todos llevaran agua, probablemente el
incendio no prosperaría. Y ¿qué nos
cuesta a todos y cada uno? Hacer mejor lo que está haciendo, ni más ni menos,
seguir haciendo lo que hace, pero enfocado a dar una mejor calidad de vida para
todos los demás, él que lava carros, él que los arregla, la que hace comida, la
que atiende una oficina, etc. Muy probablemente, nuestra necesidad de
aprobación se relajaría, habría menos límites culturales o sociales, y nos
importaría más, la persona que tenemos enfrente sin ninguna distinción, además
como todo lo que se da, se recibe de vuelta, tendríamos buenas atenciones siempre.
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