Una de las razones por las
que inicié este proyecto, de El Pan de
la Nonna, fue rescatar del olvido o no dejar perder recetas, que en algún
momento de mi niñez fueron mis favoritas y después se convirtieron en un vago
recuerdo al adoptar un estilo de vida diferente, rutinas nuevas, la
introducción de alimentos procesados en las alacenas, sabores que por control
de calidad no tienen la sorpresa de que saben diferente por cambio de estación,
por la cantidad de lluvia en el año, o los colores cambiantes por las sequías.
Uno de esos platillos es el Caldo
Loco, oriundo de la huasteca potosina, ya que yo soy de allá, aunque
casualmente mis abuelas eran de Hidalgo, ambas, una de Pisaflores y la otra de
Santana, así que no sé si ya lo conocían, antes de vivir en Tamazunchale, de
donde aparezco yo, no tengo más datos
del origen de dicho guiso. Cada una lo
hacía a su estilo, cuando me encontraba con la sorpresa de que lo habían hecho
para la comida, yo, que era más bien remilgosa, repetía ración. Ese era un
truco que a mi mamá (que tenía la obsesión como todas las madres, con la comida
de sus hijos) le hubiera gustado aplicar seguido, pero dadas las
características mismas del caldo, no era muy popular en casa, razón por la cual, yo tampoco lo hago, aunque
me fascine.
No he encontrado, personas fuera de
allá que lo conozcan incluso, y este caldito para mí, es toda una epifanía de
la gastronomía, su mezcla sui generis de sabores, dulce, salado y acido, lo
hacen único. Es un guiso que se puede hacer con carne de res o pollo,
acompañado de manzana, piña, plátano macho o largo frito, elote (una de mis
abuelas le agregaba también chayote), su recaudo, canela, azúcar, Todo un
abanico de sabores para estimular toda la lengua, por el antagonismo de sus ingredientes.
En fin, el punto es, que espero no
se pierda esta maravilla de plato, que además es una reliquia, ya que su origen
data de recetarios del siglo XVIII, y
que a más de uno de ustedes se les antoje probarlo, así el día que lo haga, tendré
comensales para él.
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