miércoles, 24 de julio de 2013

La espiritualidad.

Desde que empezamos a tener uso de razón, nos  introducen  varios conceptos importantes y básicos en nuestra vida. La espiritualidad es uno de ellos.  No sé,  en el caso particular de cada uno, pero sí,  hablo por el mío y lo que tengo a mi alrededor. Que nos han vendido una idea errónea y alejada de esta realidad. No voy a culpar a nadie, porque al final,  no es ese el punto; simplemente ha sido un aprendizaje llevado de padres a hijos; con, en la mayoría de los casos, la mejor intención;  derivándose del concepto colectivo, que en tal caso sería más importante investigar de dónde salió todo esto, y con qué fin.  Que a lo único que nos lleva es a llevar una vida de contradicciones, antinatural y llena de culpas (lo cual se me antoja como objetivo de quien lo inició); ya que es muy difícil,  ejercer o vivir una libertad, cuando siempre te encuentres atado a una culpa o a prejuicios.
      Y entonces aprendemos,  que ser espiritual semeja a ser un ermitaño metodista, renunciando a todo lo que placer provoca,  en algún sentido del cuerpo;  convertirse en alguien  que se someterá a las necesidades de otro y que su carácter será invariablemente,   un mar en calma. Que jamás puede cometer un error, situación ilógica; a menos que pensáramos que la vida completa ya está programada sin ningún cambio, donde a algunos les tocó un guion perfecto. Y si hablamos de la paridad: dinero-espiritualidad, es totalmente descabellada, casi innombrable. Es como si, en el momento de elegir este camino (que no es ajeno a otros menesteres) te convierta en un limosnero. Se le ha puesto en un saco muy grande, que no es sorprendente,  no ver muchos candidatos tras él.
     El ser humano es espiritual, lo que ha pasado es que lo hemos olvidado, no tenemos que hacer nada para lograrlo,  hemos copiado rituales, que a alguien le funcionaron,  sólo necesitamos  conectarnos con nuestra esencia. Lo que nos mueve, lo que nos mantiene vivos. Compartirlo con los demás, con pasión.  Cada que entramos en un estado creativo, nos conectamos.  Y la creatividad se vive de una manera muy personal, probablemente ese estado en ti,  sea cuando arreglas un carro, cuando pintas un mueble, cuando compartes tus conocimientos con otros, cuando haces deporte. No necesariamente ser un “artista”, en el restringido concepto que manejamos comúnmente, todo lo que hagamos de una manera entregada, apasionada, es un arte. Porque cuando lo hacemos así, sucede de una manera única e irrepetible como nosotros.
     Tampoco debemos olvidar que somos multifacéticos, por lo consiguiente, el hecho de empezar a trabajar una faceta de nuestra vida, llámese hija, esposa, amante, padre, hermano, etc.,  no se arreglan en automático las otras, son  como capas de cebolla, iremos quitando una a una, con una gran probabilidad, de que al resolverse, aparecerá otra.  De eso se trata la vida. Hemos negado o renunciado tanto a nuestra espiritualidad y ¡cómo no!, si nos parece castrante,  que necesitamos proyectarla en santos, personas que creemos casi irreales. De las cuales aceptamos una de sus facetas con agrado, buscado siempre entre las otras,  su oscuridad para juzgarla.  Perdemos la perspectiva, cuando queremos matar al mensajero, dejando a un lado lo importante: el mensaje.

   Aprendamos a disfrutar de la vida, tal como es. Podremos empezar a dar, no a todos les gustará nuestro fruto, pero más de uno se acercará a nuestra sombra, cuando le sea necesaria.

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