Lo más actual, fuera de las
noticias amarillistas de las cuales no me gusta, ni enterarme; porque creo al
respecto, que para qué voy a informarme de algo, donde yo no voy a resolver, ni
aportar nada, que solo intentará
sobornar mi tranquilidad y no me deja ningún beneficio; es la película “No se
aceptan devoluciones”, de Eugenio Derbez.
Después de leer, sobre la crítica que hace Luis Prados, en El País: “El
México inexistente de Eugenio Derbez”, me dieron ganas de opinar al respecto. Enaltece las películas como Heli, (de la cual
no opino porque no la he visto y no creo hacerlo), El infierno y otras más; por
ser de categoría “realista”, quedando la de Eugenio fuera de esa clasificación,
como un remedo del cine viejo, que ahora
parece que es malo, y la fantasía también.
Si desmadejamos, varios puntos; podría iniciar,
que el cine es, o yo creí, una
diversión, por principio de cuentas. El
estereotipo de galán, se ha ensanchado tanto, que podríamos empezar por aceptar
muchas categorías al respecto, las cuales se asemejan más a la realidad que
cada quien vive, los galanes como Bond, Martin, Beckam, no los veo caminando
por la calle (desgraciadamente), o tal vez porque ando más en carro como la mayoría
de los de mi clase mediera, y por eso pierdo la oportunidad. Cada película es la propuesta de una mirada en
particular sobre una circunstancia o situación de vida, no representa nada más,
nos podemos identificar o no con ello, existe un dicho ancestral que lo
reafirma: “cada cabeza es un mundo” o ¿será que ahora tenemos que pensar igual?
Oliendo un poco a dictadura. Y hablando
de olor, todo tiene un contexto amplio, que cuando se mira, sólo se ve una
parte, no conozco mucha gente que le guste buscar la mizcua de algún lugar, para sólo estarla oliendo, hay una patología
al respecto, pero si nos vamos a las
estadísticas que tanto gustan, otra vez, no es la mayoría. Y si hablamos de lo que en otra crítica se menciona,
de no ser una tragedia, porque tiene comedia; ¿qué pasa con la gente que no tiene
una vida plana?, de llorar o reír todo
el día, ¿no somos reales o no existimos?, creo que otra vez, somos la mayoría.
Hay
otro puntito, en el México, donde vivo,
donde me muevo a diario, no me aparecen, balazos, violaciones,
narcotraficantes, mujeres con el drama cosido a sus arrugas de tanto pujar,
como los personajes “realistas” que quieren ver (tendríamos que preguntar quién quiere), a menos que sean muy buenos
actores, la gente con la que trato a
diario, no pertenece a este grupo. Tampoco
las colonias donde vivo y convivo, parecen las coladeras que les gusta retratar,
y eso que no cargo mi ordenador, conmigo en la calle, las veo directo.
Otra cosita, ya dejando como aceptado sólo
este género real y crudo como aceptado. ¿Para qué verlo? Para sentirme identificada con un dolor, y seguir sufriendo acompañada, dándole vuelo a la
hilacha o para poder satisfacer mi
fantasía de matar, destazar, golpear y someter a alguien. Digo, porque no va
fijo, que nos vamos a identificar con la víctima, nos puede gustar más el papel
de victimario. Porque propuestas de solución, ninguno tiene.
De
hecho he dejado de ver cine mexicano, a menos que lo decida, por los actores de reparto, que me garantizan
una propuesta diferente. Había ya dado gracias a Dios, por el renacimiento del
nuevo cine mexicano, desde “sólo con tu pareja”, “Cansada de besar sapos”, “La
ley de Herodes”, donde se estaba borrando la horrible cicatriz que dejó el cine
guarro de ficheras. Que me imagino, que era la realidad, si pero, de una
colonia, de un código postal, y eso no es el México completo. Aunque, yo sea el 0.00001% de sus estadísticas
soy parte de México también.
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