lunes, 30 de septiembre de 2013
viernes, 27 de septiembre de 2013
Nosotros
Desde mis primeros recuerdos, he venido escuchando de manera continua sobre los mexicanos, si somos así o asado: “México
tiene muchas riquezas, pero desgraciadamente pusieron mexicanos en el
territorio”, el tan mencionado malinchismo,
de la grandeza y embobamiento con culturas,
de la corrupción en el país, el apreciar lo güerito,
los ojos claros mejor vistos que los prietitos, y podría seguir con una lista interminable.
Hay algo que no entiendo, todos
estamos dotados de exactamente los mismos miembros corporales, el mismo número
de neuronas, (al menos entramos en una media, dejando los genios aparte por
supuesto), un lenguaje, el mismo o casi universal sistema métrico decimal, estructuras
culturales similares; ¿Por qué entonces?- darle más valor a alguien solo porque
no es de aquí o por su físico. O en sentido opuesto, sentirse más que otros. No
existe una razón que justifique inferioridad a nuestro pueblo.
Si nos gusta una organización,
estructura o forma de vida, porque no adaptarla a nuestras necesidades,
complementando lo que ya nos sirve y desechando lo que no. En lugar de ir haciendo comparaciones que solo
nos dejan un mal sabor de boca y quedando como mediocres, de donde todos somos
parte, de una u otra manera. Y debemos
entender, que los cambios se van a dar, cuando cada uno de nosotros haga su
trabajo, ponga su granito de arena en beneficio comunal. El hacer o no hacer
nada, nos perjudica o beneficia a todos.
Ahora bien, el no terminar de
identificarnos como mexicanos, es muy lógico, como lo expresa magistralmente
Octavio Paz, en su Laberinto de la Soledad. No somos ni los indígenas ni los
españoles, sino una mezcla salida de ellos de una manera violenta,
arbitraria, pero que tenemos de ambos. Y
negar a uno u otro, solo nos indica lo poco que nos aceptamos.
Nuestro patriotismo, en proceso de
extinción. Se ha ido apagando poco a poco desde los colegios en donde ya no se
hacen honores a la bandera, ya no se entona nuestro himno Nacional, ahora con
la cancelación de los desfiles del Aniversario de la Revolución Mexicana, no es
extraño encontrar entre los jóvenes una gran confusión de fechas importantes
para nuestra Nación. Y que además, parecería que el sabor y la esencia
mexicana, se quedó encapsulada en esa época. Donde la mayor representación de ser patriota
es gritar en 15 de septiembre en un antro y apoyar a la selección de futbol mexicana.
Olvidándonos de otros deportes, disciplinas y áreas en donde si de verdad
triunfan los mexicanos.
¿Dónde están quedando nuestras
tradiciones?, es verdad que con la globalización se está haciendo pequeño el
mundo. Pero sería interesante salvaguardar algunas, que tengan un sentido para nosotros, que se
diera la información pertinente para ello y no solo imitar como autómata
adornos, disfraces y festejos.
Si cada uno de nosotros valoráramos
nuestra Patria, nos preocuparíamos por ser mejores ciudadanos, nos
comprometeríamos a dar de nosotros mismos algo más, hacia nuestra propia gente.
Nos respetarían desde cualquier parte como nación unida y solidaria. No tanto
porque nos pongamos un sombrero o una falda de Adelita, sino el llevar nuestra
esencia, lo que nos hace únicos, dentro de la piel. Saber que nuestra tierra está llena de
riquezas. Que tenemos un país con un legado cultural envidiable por cualquiera.
Valorar lo que tenemos, que sólo puede suceder si se le conoce.
domingo, 15 de septiembre de 2013
Mi teoría del TDAH
Cuando inicié mi otra etapa de
colegio, la de llevar niños a la escuela, me encontré con este término tan
desgastado ahora. Ya que, como el niño
no esté quieto, callado, obediente y/o sumiso, se le etiqueta de manera automática,
inmediata y determinante con déficit de atención e hiperactividad. Lo sé,
porque a mí me pasó así, y a la prima, la hermana, la tía y la vecina de una
amiga; casi de forma epidémica.
Se
me da por hurgonear, cualquier cosa que me interese, así que empecé a leer
sobre el tema. Y entre más le buscaba,
encontraba que la sintomatología se me aplicaba en particular a mí. Como anillo
al dedo. Pero algo no me cuadraba, de niña, no coleccionaba quejas, de ningún
tipo, ni en la casa, mucho menos en la escuela;
esto se me desarrolló más bien, ya dejando la adolescencia. De lo cual no se hablaba nada al respecto,
porque según las teorías que leí, era un desorden orgánico, obviamente de
nacimiento. O sólo les sucedía a niños
de edad escolar. Lo había olvidado por completo, porque ya pasaron varios años
de esta inquietud. Sin embargo, no fue
hasta hace unos minutos, leyendo una reseña, de la vida del diseñador de moda, Phillip Lim;
que “me cayó el veinte”. Hablaba de cómo
se sentía cuando estaba estudiando algo que no quería, y lo estaba matando.
Inmediatamente, me transporté a la escuela o las ocasiones en que he estado
sentada (en algún lugar donde no quiero estar), la sensación que recorre el
cuerpo de pies a cabeza, es tan desagradable, que lo único en lo que pensaba
cuando lo vivía, era correr, tan lejos y rápido como pudiera. No había una
posición que me resultara, ya no agradable, siquiera al menos soportable, en la
silla. Obviamente mi ser completo se
resistía a soportar un minuto más, lo que
le estaba obligando a hacer. Y no porque
fuera insoportable la situación,
sino la contrariedad de lo inconsciente
que te grita en cada poro, no quiero escuchar, no quiero ver, no quiero
estar aquí, simplemente.
La “buena” educación, de ser “socialmente
correcto”, pesa mucho. Una vez se
soporta, pero cuando es el diario vivir, empieza a causar estragos. Y no es lo que hagas, sino hacer algo que no
te parece importante, que no tenga un sentido que lo justifique o que no deseas
hacer. Cuando pasa a un nivel de inconsciente a consciente, se manifestará de
la manera en le sea permitido. Como no se puede decir, aparece con sintomatologías
aceptadas. Incluso esperadas, entre más
“conflictos” sobrelleven ahora las madres, más reconocido es su mérito, como
tal.
Los niños, son hasta cierto punto, secuestrados por los
padres y la sociedad. Se oye horrible,
pero ellos no deciden nada, con esto no quiero decir, que no se les eduque, o
que se le otorgue el control total de su vida. Pero sería prudente, creo yo,
que al menos se les ayudara a encontrarse a sí mismos, a saber de ellos y sus
intereses. Una de las cosas que más nos
interesa que se aprenda es el respeto, y generalmente, éste, e le aplica
violentando, obligando, atropellando. No
significa tampoco que se les tome parecer a cada decisión, pero sí a sus sentimientos, y a cómo se sienten con
respecto a ellos, cuando se les inculca con un respeto a la verdad, a la
tolerancia del ser; donde es importante,
los tiempos libres, las observaciones sin prejuicios. Donde se permita aceptar
las diferencias. Tal vez nos faltan
opciones; es ya sabido por la mayoría,
que existen varios tipos de inteligencia, y de acuerdo a los cuales, se nos
hace más fácil o interesante aprender,
rescatando los talentos naturales. En
lugar de llevar a todos por el mismo camino, y con el paso. Probablemente,
ahorraríamos en medicinas y terapias, si invirtiéramos en una educación
multidisciplinaria, donde no importe la calificación, sino el aprendizaje. Posiblemente diera pie, a menos manías, menos
conflictos y por ende ciudadanos más realizados. Como lo diría Shakespeare, ser o no ser. ¿Qué
pasaría, con los niños que abiertamente pudieran decir que no les gusta ir a la
escuela (tradicional) y que hubiera además otra opción? ¿se negarían a ir, se
enfermarían para llamar la atención? O posiblemente se pudieran realizar
plenamente.
martes, 3 de septiembre de 2013
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