“Mi vida estuvo llena de desgracias,
muchas de las cuales, jamás sucedieron”.
Descartes
Acostumbramos a catalogar
las experiencias que vivimos como positivas o negativas, pero esto es sólo una
ilusión que nos encadena a vivir cierta incomodad o sufrimiento, que dura el
tiempo que determinemos nosotros mantenernos en una misma opinión, (tal vez por
eso aparece el dicho: “es de sabios cambiar de opinión”).
Cuando
estamos frente a una situación, una de las tantas que experimentamos en el día,
inmediatamente la pasamos a través de nuestro filtro de placer o dolor, que no
es más que un tabulador que hemos ajustado de acuerdo a nuestras vivencias
pasadas, y que no tiene nada que ver con lo que se nos presenta ahora. Son
circunstancias similares a unas anteriores, pero que no implican ser el mismo
momento, no es que se repita la escena otra vez, sin embargo, la evaluamos de
acuerdo a la anterior. Podemos hacer un recuento mental de cualquiera de
nuestras experiencias repetitivas y nos daríamos cuenta que generalmente
tomamos las mismas decisiones al respecto. Lo cual, en lugar de tomar lo que se nos presenta como una segunda
oportunidad, para hacer algo diferente, volvemos a repetir, todo y por lo tanto
conseguimos el mismo resultado (aunque este no nos parezca acertado). Esto es
algo más o menos, como si tuviéramos un examen con respuestas de opción
múltiple, y a sabiendas que todas son correctas, siempre elegiríamos las
mismas.
Si nosotros, cuando empezamos a
caminar, con las caídas hubiéramos desistido; una gran mayoría, no caminaría.
Lo superamos y logramos hacerlo, porque en esa etapa no tenemos tantas
limitaciones acumuladas y definidas como experiencias. Además, quien tenemos a nuestro alrededor no se le
ocurriría evitarnos el aprender, porque da por hecho que es algo que
necesitamos realizar de una u otra manera. No así, si fracasamos (por decir
así) en una relación amorosa, o un trabajo, o un proyecto; generalmente la gente que nos rodea (la que
nos “quiere” mucho) nos apoya
alimentando nuestros miedos y justificando el desistir.
Por otro lado, cada que acuso a las
circunstancias, al vecino, al de enfrente, al clima; de ser culpable de lo que
me pasa o deja de pasar, yo cedo mi poder creativo, me inutilizo, quedo como un
títere, víctima de todo lo que me rodea, y por ende, sin un solo sentido para
vivir, Porque, ¿Cómo para qué vivir algo que ya está predestinado y que además
no tengo poder o derecho alguno? ¿No es, algo cruel, ilógico e injusto?
Si tan sólo me diera el permiso de
mirar desde otro matiz, parada desde otro lugar; donde lo que vivo, es por y
para algo que me viene a ayudar a evolucionar y no a agredirme, sea cual sea la
situación que aparezca. Aprender a quitar adjetivos a algo por muy “no
placentero” que parezca y encontrar que bendición o regalo me trae, o incluso lo que me evita pasar. En su caso contrario,
no dejarme obnubilar por situaciones que aparentemente son inmejorables y
después encuentro que no. Reconociendo
que cada que elijo o decido algo, tengo total responsabilidad sobre lo que se
desencadene a partir de eso, creando mis próximos posibles futuros. Experimentando cada nuevo momento, como de
verdad, nuevo. El miedo pasaría a ser utilizado como los animales, en un
sentido único de sobrevivencia, y no en una pesadilla mental que me mantiene en
una situación de posibilidades sostenida,
pero que la vivo en otra dimensión, en un tiempo que puede jamás ocurrir,
mientras la vida me pasa por enfrente sin que haga absolutamente nada.