Todos al nacer, llegamos con
dones, capacidades más desarrolladas unas que otras, pero al entrar en el
sistema familiar, no los usamos o en el peor de los casos, los escondemos,
porque no nos permiten ser. Podría ser que un niño tenga el don de comunicarse
por medio de artes plásticas, pero nace en una familia de abogados; seguramente
no le permitirán desarrollar y potenciar sus cualidades, sino que por tradición
lo obligaran de una u otra manera a ser otro abogado más. Encerrando tal ser en
una jaula de estrés y no realización. La realización es estar en el estado real
del ser, para brillar, estar en un estado perpetuo de tranquilidad, no como los
eslogan de excelencia y triunfo que tenemos definidos, sino lo que a él, le
llena.
Con este modelo de Perfección, nos dan un
proyecto de vida, desde buscarnos a quién del clan nos parecemos o les gustaría
que nos pareciéramos, que nos empieza a decretar una conducta, que inconscientemente
seguiremos como mandato; cualquier deseo de los padres es una orden (explícita
o implícita), adoptar las preferencias de la familia (religión, educación,
alimentación, etc.) dejando los deseos personales, el disfrute de una actividad,
sintetizada a un mero pasatiempo, o sea,
sólo permitido, después de cumplir con
lo que le han obligado y si queda tiempo, lo podrá entonces realizar.
Dependiendo de los lineamientos y exigencias de la sociedad donde se mueva.
Ya una vez que nos hemos desconectado,
siguiendo la educación o adiestramiento a que somos sometidos, olvidamos la sabiduría innata a
cambio del conocimiento adquirido, que generalmente es sólo teórico, porque
muchas o la mayoría de lo que nos
enseñan, no nos consta, lo aceptamos con una fe ciega, por ser autoridades
(padres, iglesia, gobernadores, científicos) de quien vienen. Lo tomamos como verdad y renunciamos a la
responsabilidad, bueno, también porque nos mantiene en una zona de confort,
empezamos a jugar a ser víctimas del destino y sus circunstancias.
Con ese tamiz, ya no vemos que todo lo que
hay alrededor, que precisamente lo miramos desde nuestra percepción, proyectamos lo que tenemos dentro, no lo
reconocemos así, por lo tanto, la función de nuestras relaciones se pierde
totalmente. Entonces, no importa cuántos seres por amor a nosotros, se presten
a personificar mil y un villanos, brincamos de guías a guías en automático; sin
saberlo, repitiendo personajes, circunstancias y situaciones, una y otra vez.
Nos han infundado tan fuertemente que el dolor es sufrimiento, que evadimos
cualquier aprendizaje, si creemos que éste no es placentero, por la manía
recalcitrante a juzgar todo como bueno o malo. Con este filtro, anulamos de
inmediato el cincuenta por ciento de nuestro aprendizaje.
Podemos medirnos, por decirlo así, con seguridad, que vamos por un rumbo
equivocado, cuando llegamos a un malestar, físico, si es como enfermedad;
circunstancial, si entramos en una crisis de pareja, de trabajo, económica,
etc. Que nos indica, que hay que movernos, no que estamos pasando una mala
racha, por mala suerte. Es la manera de obligarnos a mirar esa situación para
hacerle cambios, para mutar y evolucionar