Las modas, van, cambian,
retroceden, regresan; cuando se trata de ropa o cualquier otra cosa del mundo
material no importa. Hay otros aspectos
que se cuelan en estas estadísticas como: La paternidad. Cuando vivíamos en las
cavernas, quiero pensar; nos complicábamos menos la vida, ahora como ya lo he
escrito antes con las madres, con los padres pasa algo similar. Los modelos de
la familia feliz, la madre modelo, el padre modelo, el hijo modelo, es algo que
lo ha dictado un puñado de gente. Y que depende del lugar donde hayas nacido,
algunas situaciones pasarán de lo normal a lo delictivo, de lo deseable a lo
insoportable, de lo bueno a lo pésimo; entonces ¿quién puede estar seguro de
algo? Pero eso sí, nos influye de sobremanera.
En mi personal experiencia puedo decir que
pasé por varias etapas con respecto a
esos modelos y lo que repercutieron en mi vida.
Desde negación, rechazo, decepción,
resignación, finalmente aceptación que
en algún momento tuve, con respecto de lo que me parecía que debía ser “normal”
o “correcto” referente a la familia. A
lo único que le puedo colgar las culpas, no es a otra cosa que a la
comparación que hacía de mi “realidad” con los modelos preestablecidos, esos
que nos vende Hollywood (un gran lavador de cerebros)o las telenovelas , novelas
rosas, anuncios comerciales; donde mostraban cuáles eran los personajes que
hacían un “buen” papel como padre o uno “malo”. La clave está en que son personajes, o sea, C R E A D O S. Idealizados
y construidos a capricho, donde no se parecen a un ser humano completo, por una
simple y sencilla razón: tenemos polaridades, que se equilibran o desequilibran
de acuerdo a nuestros estados de ánimo, circunstancias y procesos por los que vamos
pasando en la vida.
En fin, que le debo de alguna manera o
mucho, mis desgracias pasadas a esos arquetipos con los que al compararme, no
tenía ventajas, desventajas bastantes. Muy curiosamente, entre más me aferraba
a que nuestra relación se pareciera a las que yo me había admitido como ideales o perfectas, más
sufría. No porque mi padre fuera como fuera,
sino que no era como el instructivo señalaba como el correcto. Ahora, mi relación no ha cambiado, pero el
hecho de verla de manera diferente, de no querer meterla a un molde que no
cabe, porque le falta o le sobra, me da paz, tranquilidad porque ya no tengo
nada que buscar, nada que arreglar, sólo vivir. Y esto es aplicable a todas las relaciones,
llámense: amorosas, fraternales, profesionales, amistades, etc. No es lo que hay, es lo que vemos en ellas,
pero nadie tiene un solo color, tenemos infinidad de matices.
Supongo que no soy la única a la que le aconteció
o acontece esto, y como reflexión, pregunto ¿a quién se le dio el inmenso poder
de decidir qué es lo bueno o correcto para todos? ¿Y por qué no, se los vayamos
quitando? No se necesita más que poner atención donde queramos, no donde nos
digan.